Maratón de Zaragoza. Crónica. Recuperando la ilusión. Sensaciones olvidadas.


Dormir como un bebé la noche anterior. No tener nervios el día de antes ni hasta la hora de la salida por la mañana. No pensar en que al día siguiente tienes que correr una carrera exigente. Desayunar tres napolitanas de crema. Ponerse a tope desde el principio la música que te gusta. Notar en el primer kilómetro que la cosa va bien. Chocar las manos de los niños. Berrear y pedir que anime a cada grupo que había en la calle. Notar los gritos del público. Pararte en el Km. 39 a animar a un corredor que lo estaba pasando mal. Tener las calles de tu ciudad vacías para correr. Saludar a los amigos que te encuentras en el recorrido con una sonrisa de oreja a oreja.


Después de unos últimos meses en los que correr más que una afición se convirtió en una obligación, y con el punto deinflexión de la Leadville, decidí participar en el Maratón de Zaragoza como forma de reengancharme a esto desde otra perspectiva, tan sólo para volver a disfrutar. 

Por supuesto que, durante el mes que transcurrió tras la vuelta de Colorado, lo preparé específicamente. Rodajes a ritmos altos, series, sustitución de los desniveles por el asfalto... Aunque quizás un maratón y su preparación no es la mejor prueba para pasarlo bien, tengo que decir que disfruté cada día.


Como ya os he dicho antes, dormí de maravilla. Once horas la noche anterior y ocho la del maratón de un tirón. Hace que no me pasaba esto antes de una carrera... Uf, ni lo sé. Sin despertarme pensando en la carrera, sin nervios. Con tres napolitanas a modo de desayuno de los campeones y un café solo me planté en la línea de salida. ¿Ritmos o estrategia? No lo tenía muy claro, aunque pensaba rondar las 3h10. Así que puse el reloj sólo en modo distancia para no saber de ritmos y empecé a correr.


El resto ya se sabe, las sensaciones propias de un maratón realizado en solitario desde el Km 5. Escuchar los ánimos del público, tener la calles de tu ciudad para correr, notar que lo estás pasando bien, disfrutar de cada kilómetro que dejas atrás, sentir que el cansancio no se nota en las piernas... Vamos, de lo que se supone que trata esto, incluyendo la emoción al cruzar la línea de meta. Porque sí, carreras hay muchas y más duras pero el maratón, los 42,195 Kms, siempre serán la distancia mítica.


Cruzando la meta del maratón cierro un ciclo de cuatro meses complicados a nivel deportivo. Ya era, por cierto, de cruzar una línea de llegada y no quedarme por el camino :). Los fantasmas se han quedado atrás y ahora ya sólo toca seguir disfrutando en el futuro igual que lo hice ayer durante esas tres horas y diez minutos. 




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