El implacable señor Maratón

Han tenido que pasar cinco maratones para conocer a toda la aristocracia del maratón, al señor del mazo y al famoso muro. Después de cuatro maratones (2009, 2010, 2013 y 2017), el de este 2022 lo recordaré como ese al que llegaba con más dudas y que terminó tal y como esperaba antes de comenzarlo, 3h36', pero con el sabor agridulce que te deja el pensar que de podía hacer sido mucho mejor.

Un mes específico de preparación ha dado para recuperar unos ritmos por debajo de 5'/k que desde San Sebastián 2017 no había tocado. El cuerpo respondió bien pero me faltaba interiorizarlos en rodajes largos. El máximo que hice fue de 20 kilómetros y terminé muy justo. Con estos antecedentes el domingo a las 8:30 me puse en la línea de salida del Maratón de Zaragoza, en una mañana muy fría y ventosa, aunque con menos cierzo del que anticipaban las previsiones y una duda en la cabeza: salir a ese ritmo que me permitiera un holgado sub 3h30' o probar algo más rápido a ver qué pasaba y, a las malas, tener un colchón de tiempo.

En esas estaba todavía pensando en los dos primeros kilómetros, de tanteo, cuando, casi sin darme cuenta, las piernas se empiezan a animar y comienzo a ver ritmos de 4'25"/4'30" corriendo muy cómodo y pasando el 10k en 45'. Tiempos que no había conseguido hacer en los entranamientos me salían casi sin querer así que... ¿y por qué no seguir así mientras se pueda?

Dicho y hecho el ritmo de crucero, previsto en 5' el viernes, pasa a ser de 4h30', picando incluso algún kilómetro por debajo de 4'15", y llegando a la media en 1h31'. Es el momento en el que pienso que es demasiado bonito para ver ser verdad sin encontrar explicación al rendimiento hasta entonces. Sigo aguantando bien y continúo de la misma forma.

Así hasta el 30, que lo paso en 2h15', justo a la altura de casa de mis padres y es allí donde, ironías de la vida, todo se viene abajo de repente y las fuerzas desaparecen de repente. Además, coincide con el tramo más complicado del maratón, los kilómetros en los que la carrera pica hacia arriba.


El ritmo de carrera empieza a acercarse a cinco minutos, luego los supera e incluso algún kilómetro me sale por encima de seis. La subida por Cuéllar hacia el Parque Grande me parece más difícil que el mayor de los kiómetros verticales y ni siquiera los últimos cuatro kilómetros, ya favorables de nuevo y, conforme llegas a meta, el público me hacen recuperar. 

Cruzo meta en 3h36', el peor maratón de lejos de los cinco en que he participado. Un crono que, si bien está en línea con lo que podía esperar la semana pasada, deja un sabor agridulce por cómo fueron los primeros treinta kilómetros de carrera.


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