Marathon des Sables. DNF


Abandono en etapa 3

No soy persona que busca excusas cuando las cosas han salido mal. Excusas no, pero causas sí. Todo tiene un porqué.

La semana anterior al MDS fue rara. Muchas dudas asaltaban mi cabeza. Muchos nervios y muchos miedos ante lo que se avecinaba. Era algo que no me había pasado nunca, nuevo para mi. Teóricamente había entrenado bien. Tenía el equipo necesario. Nada quedaba al azar, pero el nudo en el estómago se hacía más grande día tras día. ¿Presión? Quizás. Muchos pronósticos exageradamente optimistas. Intenté abstraerme de todo pero era imposible.

El viaje a Ouarzazate fue bueno. Conocer en persona a quienes habíamos preparado la carrera, a quien conocía del foro o del teléfono fue muy gratificante.

El primer día en Ouarzazate nos recibió con lluvia. Recuerdo cuando colgué en la web, entre risas, la predicción de lluvia para esas fechas. La lluvia aumentaba y se convertía en diluvio hasta el punto de que un torrente desbordado nos obligaba a permanecer tres horas parados en la carretera. Al reanudar la marcha comenzaban los rumores: campamento inundado, así no podemos dormir en el saco…  Mi inquietud iba en aumento. Mis expectativas me habían llevado a ajustar el equipo al mínimo peso, lo que significaba no llevar colchoneta, ni excesiva ropa de abrigo y un saco extraligero. Al llegar a Erfoud, tras ocho horas de autobús, la Organización nos confirma que el campamento está inundado y que esta noche nos ubicará en hoteles. Se me abre el cielo.

El sábado 28 será el día de la marmota. Comentarios entre los corredores sobre lo que vivimos ayer. Las cunetas de la carretera convertidas en arrozales inundados, el barro que lo envuelve todo, el frío que hace… ¿dónde están esos 40 grados? Por mi parte sigo sin entrar en calor y, lo que es peor, los nervios van en aumento. Prácticamente no pruebo bocado. No me entra nada en el estómago y lo que como lo vomito. No sé qué pensar. No puedo creer lo que me está pasando. Los minutos pasan tremendamente lentos. Sólo las llamadas a casa me animan. A mediodía nos informan de las decisiones tomadas. Seguiremos en el hotel también mañana domingo. La primera etapa se suspende y comenzaremos el lunes con la segunda. Chungo chungo. Se habla de recorridos impracticables, de frío por la noche, de barrizales… Mi moral a estas alturas ya está por debajo del nivel del suelo. Me entra la risa floja. Esa que aparece cuando uno no sabe si reír o llorar, cuando las situaciones te superan, cuando todo se desmorona alrededor…



Por fin el domingo amanece con sol. Nos trasladan en autobús hasta el hotel de la Organización para pasar las verificaciones. Me sorprende el peso de la mochila: 8 Kgs es muy poco comparado con lo que llevan los demás. He apurado al máximo y se refleja en el peso. A pesar del sol, el día está fresco y negros nubarrones nos acompañan al fondo. Para rematar, mientras estamos haciendo la fila para los controles, el cielo se cierra  y una cortina de agua y viento lo invade todo. A todo esto, por la mañana apenas he tomado un café y ahora no hago mucho caso a la comida del mediodía. A las 16:00 aparece Patrick Bauer para contarnos las últimas novedades. Si bien primero habla de suspensión total, de situación de emergencia y de condiciones excepcionales, termina diciendo que sólo puede garantizar la disputa de las dos primeras etapas. Lo de más adelante se verá sobre la marcha. Nos cruzamos miradas que no saben realmente qué significan. Vuelta al hotel ya solamente con la mochila y lo que necesitaremos para la autosuficiencia. Mañana empieza la guerra.

Lo poco que ceno lo vomito. Si pudiera, ahora mismo me volvía a casa, antes de que empiece todo. No logro salir del agujero en el que me encuentro. La noche es infernal. Apenas duermo tres horas. No os puedo transmitir la sensación de angustia, de ansiedad que me invade. Sé que estoy preparado para competir, para correr los kilómetros que me esperan, pero mi cabeza es un auténtico puzle y mi corazón late a un ritmo infernal. Sólo sé que quiero volver a casa.

DIA D 30.03.2009
Tras la noche de perros, por fin amanece. Ultimos preparativos en la mochila. Ración de barritas y sales junto con el equipo obligatorio en la parte delantera. Un bidón con agua y el otro con recuperadores. Me obligo a desayunar, pero a los diez minutos el desayuno ya está fuera del cuerpo. Me tiemblan las piernas. Me tiemblan los brazos. Me tiembla la voz.



A las 7 montamos en el autobús que nos llevará a la salida. El día está bastante fresco, así que me dejo la camiseta de manga larga puesta. Llegamos. Por fin aparece ante nuestros ojos el arco de salida. Un viento bastante incómodo nos acompaña y nos obliga a buscar refugio tras los camiones militares que reparten la primera botella de agua del día. Bauer nos da las últimas indicaciones del recorrido. 10 – 9 – 8 – 7… ¡¡¡GO GO GO!!! El helicóptero con el atronador ruido de sus hélices pasa sobre nuestras cabezas. Recuerdo los comentarios de Javi Subías.  La adrenalina corre por mis venas. Por fin empieza la fiesta y las piernas vuelan. 14 Kms de dunas nos dan la bienvenida. Sube baja, sube baja, sube baja. Parece que las malas sensaciones han quedado en el olvido. Me coloco en el primer centenar de corredores y no dejo de correr en ningún momento. Primeras sensaciones positivas desde el jueves. Llego al CP1. Relleno los bidones tranquilamente, como, bebo y adelante. Abandonamos las dunas y el terreno se convierte ahora en una interminable meseta pedregosa de casi 10 Kms. Mal asunto. Terreno llano, sin estribaciones y sin curvas, lo que significa que ahora tiene que trabajar el coco. Mantengo un ritmo constante de 6’/Km, de tikitaka. Canturreo en alto, pienso en la gente de ZGZ, en los compis del foro… Me mantengo fuerte y, tras atravesar un pequeño poblado, aparezco en el CP2. Aquí las fuerzas están más justitas, pero me encuentro muy bien, casi pletórico. Veo que las cosas están saliendo bien.  Bebo de nuevo, relleno bidones y comienzo la última parte a ritmo suave mientras me como una powerbar de cafeína. Quedan 10k. Los primeros entretenidos, terreno de nuevo con muchos cantos y piedras y atravesando un bajo jebel. De repente, a 5k de la llegada me vengo abajo. No sé porqué empiezo a verlo todo negro. Me entra frío de repente y me da la sensación de que tengo por delante un trayecto interminable, cuando sólo son unos pocos kilómetros. Me quedo clavado, apenas puedo andar y me empiezan a pasar corredores. No encuentro explicación, porque físicamente estoy bien. De nuevo aparecen los pensamientos negativos en mi cabeza. Otra vez las ganas de volver a casa, de abandonar este lugar. De repente, y como una aparición divina, aparece junto a mi Juanjo, de Pinto. Sus palabras, sus ánimos y su compañía me dan las fuerzas necesarias para seguir, avanzar en las dunas que tenemos delante y completar estos primeros 33k en 4h03’.

Al llegar a la jaima lo primero que les digo a mis compañeros es que me quiero ir a casa. Es la primera vez que lo digo en algo y no creen que lo diga en serio. Son las 15h. Preparo la comida liofilizada y me dispongo a descansar. Los pensamientos en la cabeza vuelan hacia donde no deben, pero con el movimiento de la tarde consigo olvidarlos. Me acerco a ver las clasificaciones: posición 138. Está bien para empezar. Eso me da ánimos para encarar el resto del día y ver de otra manera el día de mañana.
Llega la noche. Por lo menos ya no he vomitado lo que he comido. La etapa me ha servido para temblar los nervios, pero no para subir los ánimos. El desierto real también me ha decepcionado. No me han impresionado las dunas, ni las extensas llanuras pedregosas, ni los jebeles de roca negra, ni la inmensidad de los lagos secos… No sé lo que esperaba, pero no era esto. No sé que idealización del desierto había elaborado en mi cabeza, pero desde luego no se parece a lo que he encontrado. Sabía que iba a sufrir en carrera y he sufrido, pero no más de lo que pensaba. Creía que el desierto me iba a impresionar, pero no me ha impresionado. Creía que su manto de estrellas me iban a acompañar, pero no lo han hecho.



2ª ETAPA. 31.03.2009
La noche fue mejor que la pasada. La combinación de toda la ropa que llevaba más el mono de pintor + la manta térmica de supervivencia la hizo llevadera. Bueno, eso y el diazepan que me tomaba todas las noches para conciliar el sueño. Además, los compañeros de jaima la convertían ya en nuestra casa.
La etapa de hoy también sufre cambios. Finalmente la Organización opta por un bucle con salida y llegada en el vivac. 36 Kms de terreno variado. Hoy estoy más animado. Parece que la noche se ha llevado las malas sensaciones y empiezo a despejarme. La salida ya se parece también a lo que debe ser una salida del MDS: música de ACDC y adelante!!!. Los primeros 13 Kms hasta el CP1 son de terreno variado y divertido. Algún tobogán, cortos bancos de arena, piedra suelta… Me encuentro bien y mantengo un ritmo bueno, unos 6’20, alternando momentos de música y silencio para hacer más llevadera la etapa. Llego al CP1 y realizo la rutina de siempre: comer, cambiar el agua de los bidones, beber tranquilamente… En este primer tramo he cometido un error, levantarme las polainas para airear el pie, por lo que llevo algo de arena en las zapatillas, que me quito y pongo tranquilamente. Salgo del CP1 y se abre ante mi una recta interminable de piedras sueltas con un camino ligeramente marcado. Comienzan mis, probablemente, mejores 7 Kms de toda la carrera. Por debajo de 6’, con los Héroes del Silencio atronando en mis oídos y con la compañía de Luz, SuperLuz, ponemos ritmo de crucero a través de la planicie. Parece increíble, pero me encuentro pletórico. Llegamos a los pies de un jebel que nos corta el ritmo. Hay que subirlo andando. En el descenso me quedo rezagado. Me encuentro bien y sigo a la marcheta hasta el CP2, en el K25. Nueva rutina de comida y bebida y delante de nuevo.

Paro la música. Iluso de mi, pienso que no me hace falta. Automáticamente, como accionados por un resorte, en mi cabeza aparecen todos los fantasmas que me acosan en estos días. Uno tras otro vienen a mi mente: las ganas de volver a casa, la nula predisposición a seguir. Los escalofríos, el frío, recorren nuevamente mi espalda. Inconscientemente bajo mi ritmo hasta llegar a un paso trotón que arrastra mis pies por la tierra. Pienso en que me quedan por delante 10k, en que mañana serán otros 80 y pasado 40. Pienso en la gente que me ha seguido desde Zaragoza, en que no puedo defraudarles. Y pienso, ya como una opción real, en abandonar. Busco con mi mirada hacia atrás la figura de algún compañero con quien poder compartir el esfuerzo, pero no encuentro a nadie. Nadie por delante y nadie por detrás. Solo. Poco a poco avanzo mientras en el horizonte aparecen las dunas que significan la cercanía de la meta. Parecen cercanas, pero no llegan nunca. A mi derecha, un coche de la organización. Abro la boca para llamarles, para subirme a él, pero no sale ningún sonido. Por fin llegan las dunas. Me gusta ir por ellas. Me gusta ese sube baja constante y su tacto al hundir el pie. Quizás me recupere, pienso. Por primera vez saco la cámara de fotos y hago unas fotos. A lo lejos se ve la meta. Me paro, la miro de nuevo y unas lágrimas asoman por mis ojos. Cruzo el arco en 4h30’, pero ya estoy tocado de muerte.

Con mis tres botellas de agua llego a la jaima. Mis primeras palabras son “me quiero ir a casa, me voy a casa”. Por vez primera la mirada de Emilio se da cuenta de que lo digo en serio. Por el vivac circulan los primeros rumores acerca de la etapa de mañana. Los 80k previstos se van a convertir en 92k para compensar la suspensión de la primera etapa, con 34h disponibles para completarlos. Cuando llamo por el teléfono satélite a Bea me derrumbo. Cuando le cuento lo que pasa por mi cabeza, la idea del abandono, no da crédito, sobre todo porque mi carácter ha sido siempre el de alguien que se sobrepone a las dificultades, frío y duro como una piedra. Aunque ahora mismo soy de mantequilla. A la vuelta están puestas las clasificaciones. 122.
Anochece. Mañana espera un día difícil pero sé que, si consigo superarlo, todo será más fácil.




3ª ETAPA. 01.04.2009
Amanece. La noche ha sido larga. Sueños interrumpidos una y otra vez por nervios que me hacen despertar. Por fin las estrellas se ven en el cielo despejado. Las observo durante minutos, ¿horas? buscando la inspiración y la ayuda que necesito.
Hoy, al fin, los termitas vendrán a hacer su trabajo y desmontarán la tela de las jaimas porque hoy, por fin, llegaremos a otro campamento. Definitivamente la etapa de hoy tendrá 92 Kms, 12 más de los previstos en un principio. 34 horas de tiempo para completarlos.

La salida nos depara una nueva sorpresa. Bauer nos informa de que la última etapa será también suspendida, por lo que las calorías correspondientes a ella las podemos consumir hoy. A estas alturas ya me da igual ocho que ochenta. Antes de venir aquí tenía unas expectativas. Luego se transformaron en terminar medianamente decente. Ahora ya sólo me conforma con terminar.

Se da la salida y se nota que esta etapa es especial. Ritmo lento y muchas caras serias ante lo que nos espera. El terreno es variado, complicado en ocasiones y embarrado en otras. Todavía se notan los efectos de la lluvia. A pesar de que el ritmo es muy suave, ya de salida no me encuentro nada cómodo. Comienza mi penitencia que lleva a que llegue arrastrándome al CP1, a escasos 11 Kms de la salida. Directamente ni me paro en el control. Tal y como estoy, si me llego a parar ya no paso de ahí. Este control esta cerca de un pueblo y muchos de sus habitantes nos saludan a nuestro paso. Los niños nos extienden la mano. Es emocionante. Me viene a la cabeza este pensamiento: ¿Verdaderamente es justo que nos hayamos gastado 4000, 5000 euros para disputar una carrera junto a estas personas que carecen de todo? Me resulta incomprensible calzar unas zapatillas de 100 euros cuando estos niños andan descalzos por estos caminos que ahora mismo estoy pisando. Nuevamente las lágrimas aparecen en mi rostro. Me paro unos minutos con un grupo de niños. Les doy unas barritas, mi pulsera de Livestrong… A lo lejos veo una antena de telefonía móvil. Llamo a Bea. Necesito escuchar su voz, que me anime a seguir porque no quiero seguir más. Parece que me anima algo y me pongo de nuevo en marcha. Me coloco el Ipod y la música a todo volumen en los oídos me abstrae del mundo exterior. La consigna es clara: no pensar. Cantar, tararear, hablar… pero no pensar. Esta táctica me funciona y consigo llegar al CP2, en el k26 en muchas mejores condiciones que en el CP1. Aquí sí sigo mi rutina de comer y beber y rápidamente salgo de nuevo. Hay 10 Kms hasta el CP3. A estas alturas ya no me planteo la carrera como una sucesión de etapas, sino como una sucesión de CPS. Lo que importa es llegar al siguiente. La meta es el siguiente control, conseguir marcar la tarjeta una vez más… Estos 10 Kms pasan rápido. Me junto con un suizo y nos vamos relevando manteniendo una buena cadencia, hasta que él se queda. Me quedo otra vez sólo y me cuesta mucho terminar los dos kms que quedan, llegando bastante tocado al CP3. Aquí estoy ya a punto de entregar el dorsal. No tengo ganas de seguir más con esto. Me siento en el suelo y permanezco allí sentado, con la mirada perdida, durante varios minutos. Pienso en no levantarme ya, en quedarme allí 36 Kms después de la salida, pero me convenzo para seguir. Zanoni llega al control y me pregunta cómo voy. “Jodido” es lo único que acierto a contestar. “Muy jodido tienes que estar para estar aquí” me dice.

Empiezo a soltar lastre. Les regalo los bidones a unos niños y sigo sólo con la botella cruzada. De perdidos al río, continúo trotando aunque los pies apenas se levantan del suelo. Realmente es un paso ligero. Aparece una pequeña zona de dunas que, por lo menos, entretienen algo el camino. A lo lejos veo una masa impresionante de roca, un jebel que espero no tengamos que ascender. Desgraciadamente, conforme me acerco veo que no lo rodeamos, sino que lo ascendemos. El sol empieza a bajar y las gafas de sol ya casi no son necesarias. El ascenso al jebel me cuesta un mundo y muchas lágrimas. Parece que la cima no llega nunca. Finalmente lo consigo, pero ya me encuentro prácticamente como un zombi. No tengo ampollas en los pies. No me duele nada. No me encuentro excesivamente cansado. Pero no quiero seguir. A los pies del jebel paro a un coche de la organización y le digo que abandono. El conductor me pregunta si estoy seguro. Me lo pregunta tres veces. El sabe que si llama por radio ya no hay vuelta atrás. Me anima a seguir. Me dice que el siguiente control está a 5k, que siga una rato más, que estoy bien físicamente. Finalmente me convence y con menos ganas que fuerzas me pongo de nuevo en camino. Por delante y por detrás una larga hilera de corredores, se pierde en el horizonte. Son increíbles las cosas que se me pasan por la cabeza en estos momentos. Deseo con todas mis fuerzas un esguince, una torcedura que me provoque ese abandono que deseo con todas mis fuerzas pero que no me atrevo a pedir. Días más tarde, en Ouarzazate, Jorge Aubeso me dijo que abandonar es de valientes. Y tiene razón. Es lo que deseaba hacer desde hacía días pero no me atrevía.

Llego al CP4 del Km 50 y apenas me detengo para cambiar la botella de agua. Sigo hacia delante con la seguridad de que es un camino a ninguna parte. Ya no corro. Ahora camino. Y camino cada vez más despacio. Ya no escucho música, ni llevo el GPS encendido, ni como. Es el Km. 58, quedan pocos para llegar al CP del 64, pero muchos para llegar al 92.  A las siete de la tarde, 10 horas después de la salida, paro definitivamente un coche. Ya no hay marcha atrás y ya no me convencen para seguir. Me preguntan qué me pasa, qué me duele. Nada. Es la cabeza. 

Les entrego el dorsal, mi dorsal 494, ese dorsal que estuve esperado un año entero y la radio confirma el abandono.
Allí en el asiento trasero del 4x4 experimento una sensación extraña. Por un lado lloro desconsoladamente. La ilusión, el sueño ha terminado. Pero por otro siento un gran alivio. Me he quitado un peso de encima que me oprimía desde que llegué a Marruecos.

Es raro, es muy extraño, pero de repente me siento libre.


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