La experiencia de unos cuantos años corriendo, y de unos cuantos abandonos también, me dice que después de un golpe duro hay que intentar volver a correr con un dorsal cuanto antes. Y el golpe de la Saintélyon no fue duro, fue muy duro.
Casi cuatro meses de entrenamientos específicos en los que todo había ido muy bien, de salidas nocturnas de madrugada quitando horas al sueño, de kilómetros y kilómetros recuperando unas sensaciones olvidadas hace años, de disfrutar cada día y cada noche, de tener el convencimiento de que iba a completar el objetivo sí o sí, de pensar en una meta que no llegó se fueron al traste en forma de hipotermia y ambulancia. Duele mucho, pero más cuando llegas a una fecha tan convencido de que nada puede salir mal. Y duele mucho más cuando, pasados los días y analizando las causas, te das cuenta de que la culpa ha sido toda tuya. Porque seguramente si hubiera salido más abrigado y si el material hubiera estado más en línea con el del 2014, una edición la de aquel año en la que las temperaturas fueron incluso más bajas.
Pero llegó la lluvia. Ah, la lluvia. Fina al principio y torrencial después, que convirtió los caminos en ríos de barro (eso ya lo sabíamos) y ese barro hacía complicado correr deprisa primero y solamente correr después. Y al dejar de correr y tener que andar dejas de generar calor en el cuerpo. Y primero se enfría la cabeza, después las manos y para terminar las piernas hasta que llega un momento en el que ya no sientes las extremidades, llegas al avituallamiento del 32, te ponen una manta térmica por encima y te meten en una ambulancia de vuelta a la Halle Tony Garnier, donde espera un arco de meta que no cruzarás.
Al volver de Lyon, a primeros de diciembre, el 2020 se veía muy lejos y no tenía ninguna gana de mirar calendarios ni viajes ni de salir a correr. La motivación, que desde el verano estaba por encima de las nubes había bajado directamente al infierno sin ninguna parada intermedia. Lo más cercano que me motivaba mínimamente era en abril, así que se avecinaba una larga travesía en el desierto hasta que el ascensor de la motivación comenzara a ascender de nuevo, por lo menos hasta el nivel de la planta calle.
En estas que me llegó la información de la Estiva Extrem, la primera de las pruebas de las Monegros Trail Series. Tres carreras, de unos quince kilómetros cada una, que se organizan en la Comarca de los Monegros y la primera era, la de Monegrillo, era el 15 diciembre. Domingo por la mañana y a media hora de casa... no tenía mala pinta para recuperar sensaciones.
Así que a las diez y media de la mañana me puse en la línea de salida de Monegrillo saboreando un ambiente de carrera olvidado. El de esas #PequeñasGrandesCarreras de las que solemos hablar a menudo en Territorio Trail. Pueblo pequeño pero volcado en una organización de matrícula de honor y cuatrocientos participantes de todos los niveles, desde los que iban a luchar por los primeros puestos de la carrera y del circuito hasta los que debutaban en un trail, que traían a la mente recuerdos de los inicios.
El recorrido, 15 kilómetros que alternaban pista con senderos, barrancos y alguna zona trialera, divertido. Las sensaciones buenas y el día espléndido para completar la Estiva Extrem en 1h20'.
De un monstruo de carrera como es la Saintélyon a una #PequeñaGranCarrera en Monegrillo, del dolor a la felicidad, de la desmotivación a recuperar las ganas de nuevo y a, ahora sí, mirar el 2020.
Pero llegó la lluvia. Ah, la lluvia. Fina al principio y torrencial después, que convirtió los caminos en ríos de barro (eso ya lo sabíamos) y ese barro hacía complicado correr deprisa primero y solamente correr después. Y al dejar de correr y tener que andar dejas de generar calor en el cuerpo. Y primero se enfría la cabeza, después las manos y para terminar las piernas hasta que llega un momento en el que ya no sientes las extremidades, llegas al avituallamiento del 32, te ponen una manta térmica por encima y te meten en una ambulancia de vuelta a la Halle Tony Garnier, donde espera un arco de meta que no cruzarás.
Al volver de Lyon, a primeros de diciembre, el 2020 se veía muy lejos y no tenía ninguna gana de mirar calendarios ni viajes ni de salir a correr. La motivación, que desde el verano estaba por encima de las nubes había bajado directamente al infierno sin ninguna parada intermedia. Lo más cercano que me motivaba mínimamente era en abril, así que se avecinaba una larga travesía en el desierto hasta que el ascensor de la motivación comenzara a ascender de nuevo, por lo menos hasta el nivel de la planta calle.
En estas que me llegó la información de la Estiva Extrem, la primera de las pruebas de las Monegros Trail Series. Tres carreras, de unos quince kilómetros cada una, que se organizan en la Comarca de los Monegros y la primera era, la de Monegrillo, era el 15 diciembre. Domingo por la mañana y a media hora de casa... no tenía mala pinta para recuperar sensaciones.
Así que a las diez y media de la mañana me puse en la línea de salida de Monegrillo saboreando un ambiente de carrera olvidado. El de esas #PequeñasGrandesCarreras de las que solemos hablar a menudo en Territorio Trail. Pueblo pequeño pero volcado en una organización de matrícula de honor y cuatrocientos participantes de todos los niveles, desde los que iban a luchar por los primeros puestos de la carrera y del circuito hasta los que debutaban en un trail, que traían a la mente recuerdos de los inicios.
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