El encanto de los lugares abandonados. Autódromo Terramar.


En todo el tiempo que llevo corriendo por el monte me he encontrado muchas cosas. Menos dinero, creo que de todo.  Coches y tractores abandonados, patrullas del Ejército de maniobras, despliegues de la Guardia Civil buscando "algo", animales de cuatro y también de dos patas, gente desnuda y hasta una vez el levantamiento de un cadáver. Pero de todo lo que puedo encontrarme cuando salgo a entrenar no hay nada que me atraiga más que los lugares abandonados.

Para mi, los lugares abandonados tienen un encanto especial. Edificios anclados en el tiempo, situados muchas veces en mitad de ninguna parte, dejados a su suerte y con la vegetación comenzando a recuperar su territorio.

Este pasado agosto, en uno de esos entrenamientos en los que sales un poco a la aventura, sin saber hacia dónde ir, aparecí en el Autódromo de Terramar. O lo que queda de él.


El Autódromo de Terramar, en Sitges, se inauguró en 1923. Un trazado oval, al estilo de los circuitos norteamericanos de la época, con grandes peraltes en las curvas, llegando hasta los 60º de inclinación. Estuvo en funcionamiento hasta la década de los cincuenta, cuando el incremento de potencia de los coches de competición lo hicieron inseguro para la celebración de pruebas automovilísticas.

En la actualidad se encuentra abandonado y, en principio, está prohibida la entrada. Mantiene casi todas sus estructuras primitivas y el circuito propiamente dicho, a pesar del paso de los años, no se encuentra en un estado muy malo, aunque desde luego no para organizar carreras. Como dato curioso, toda la parte central del anillo está ocupada por huertos y cultivos.








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