Puyada Oturia 2012


El primer año que participé en Oturia, una caída a ocho kilómetros de meta hizo que llegara a Sabiñánigo con una brecha en la frente que necesitó cinco puntos, aunque muy contento.
El segundo fue mejor, aunque no conseguí hacer el tiempo que me había propuesto. Salí demasiado reservón y luego ya no hubo trozo para correr. Un poquito contento y algo insatisfecho.
El tercero, ni flus ni flas. Al contrario que el anterior, salí a tope y en los kilómetros finales me fallaron las fuerzas. Descontento e insatisfecho. Y el año pasado todo fue mal. Sufriendo desde los primeros kilómetros, notando que las piernas no iban, bastante hice con arrastrarme hasta la meta firmando el peor tiempo de todas las participaciones. 
¿Qué sorpresa nos depararía la prueba este 2012?

De momento, la principal sorpresa era estar allí. Uno nunca se cansa de las carreras que te gustan, y no me importa repetir aquellas que me han impactado especialmente pero el año pasado terminé ya algo saturado, también supongo porque nunca me ha salido bien del todo. A primeros de año tenía decidido hacer otra cosa en estas fechas, concretamente la Madrid Segovia. Pero las tres semanas de inactividad en agosto por un lado y la imposibilidad de coger fiesta en el trabajo para ir a Madrid el viernes me obligaron a cambiar de planes. Y como Antonio mi compi de trabajo estaba apuntado, puse en marcha el plan B, participar por quinta vez en la Puyada Oturia.




Además, poco a poco, todo se iba torciendo. Os acordáis del personaje que interpretaba Antonio Resines en la serie Los Serrano? En ocasiones hablaba de aquello de la “mente sucia” y cosas parecidas. Y por qué os cuento esto? Hay quien corre para desconectar, utlizando el running como una válvula de escape. En mi caso es lo contrario. La cabeza debe estar limpia para rendir bien. Si no, mal va la cosa. Y ahora mismo, por razones que no vienen al caso por aquí,  no termina de estar muy bien amueblada. Semana mala, poquitas ganas de ir a Sabiñánigo y, por extensión, nulas de chuparme 38 Kms. Pero bueno, me obligué a hacerlo. Pienso que, a veces, encabezonarte en estas cosas puede ser positivo de cara al futuro, a la hora de afrontar retos complicados. Aunque quizás, a estas alturas ya, uno debería aprender a quedarse en casa cuando no apetece salir a correr. Pero bueno, vamos a hablar de lo que fue la carrera, que para eso es para lo que pasais por aquí.


Allí estábamos, en la línea de salida de Pirenarium, Antonio y yo junto a poco más de setenta participantes para afrontar esta nueva edición de la Puyada con el único objetivo de terminar e intentar sufrir lo menos posible. Por cierto, que finalmente he salido con la mochila, y no me ha penado en absoluto, al contrario ha sido una muy buena elección.  El recorrido es el mismo de todos los años, lo que no deja ningún margen para la sorpresa. Salida tranquila, sin forzar y en cola de pelotón. Por lo menos este año al principio las piernas me responden bastante bien, lo que me da moral para afrontar las primeras rampas con fuerza. A ritmo constante llego al primer avituallamiento, un traguito de agua, y a por el descenso que me lleve hasta el río. El terreno está muy seco, se nota que no ha llovido nada este verano y hay que tener más cuidado de lo normal con toda la piedra suelta. K9, avituallamiento y 1h07’. Parada a beber, primer gel y a seguir el curso del río (seco), pasar por la tubería y seguir hasta Osán. Aquí empezamos un terreno de toboganes, no especialmente técnicos, que se van pasando fácilmente. A diferencia de otros años en éste ni adelanto corredores ni me adelantan. Menuda diferencia con esas ediciones en las que nos hemos juntado 400 participantes. Así hasta que legamos al k14, donde verdaderamente empieza lo bueno.
Tercer avituallamiento y segundo Powergel que dan paso a 3 kilómetros de ascenso constante, sin apenas descanso hasta la ermita de Santa Orosia, a las faldas de Oturia. Este año "sólo" me cuesta 40’ subirlos, ayudado un poquito por un corredor que llevo delante y me va marcando un ritmo cómod. A mitad del ascenso, cuando salimos del bosque comienzo a encontrarme mal. De nuevo el malestar en el estómago, el frío en la barriga y ganas de vomitar. El suave descenso hasta el cuarto avituallamiento, que me parece un oasis en el desierto, lo hado andando porque me resulta difícil correr. Me siento en una piedra y ahí me quedó durante 12’, viendo pasar a los de la carrera de bicis y sopesando muy seriamente la idea de quedarme allí. Ni voy bien ni tengo muchas ganas de seguir. Tengo muchísima sensación de sed, pero cada vez que bebo siento muchísimo malestar en el estómago.  Vamos, que prácticamente lo tenía decidido, pero entre que al  final no llego a vomitar del todo y que pienso que todo esto servirá de experiencia, me levanto y me pongo en marcha hacia la cima. Llevo 18k y 2h42’ de carrera. El ascenso final, aunque duro, siempre me resulta más fácil que lo que he dejado atrás, por lo que no es difícil animarse un poquito en el tramo final. Paso algo de frío por arriba, pero toco chufa en 3h12’… Bueno, está mal pero tampoco fatal dadas las circunstancias.



Empiezo los 7 Kms de descensos continuados que desembocan en Satué. Si ya de normal es complicado me da la sensación de que hay más piedras que otras veces. Toca ir con mucho cuidado. El problema es que, cada vez que me echo un trago de agua, me sigue sentando como un tiro en el estómago, y me produce unas ganas enormes de vomitar. Hace calor, sudo como un cerdito y tengo algo de tiritona. El avituallamiento del k28 de nuevo me salva la vida. Aquí directamente me siento en el suelo y mi estancia se prolonga durante 14’. Pierdo la cuenta de los vasos de Aquarius que me tomo, pero no me recupero. La sensación de sed es contínua, pero a cambio de beber la tripa se me hincha y da sensación de mareo. De nuevo estoy a puntito de quedarme y abandonar. Esta vez, incluso más convencido, comienzo a quitarme los imperdibles del dorsal... pero al final, todavía no sé cómo me levanto, pienso en que sólo me quedan diez kilómetros por delante y que, joder, si hemos llegado hasta aquí hay que tirar para delante. 4h20' y hora de dar el último arreón. Además, lo que queda es más favorable. Son tramos de terreno menos montañero y más de monte, con caminos y toboganes de subida y bajada a los pueblos. Curiosamente, al abandonar el avituallamiento y pasado un rato, parece que ya he asimilado lo que he bebido y puedo correr mejor. Por lo menos los kilómetros pasan más deprisa. En el 34, último avituallamiento donde me vuelvo a tomar mi tiempo, si bien esta vez ya sin malos pensamientos. Kilómetros finales, subida a la tachuela final, esa que tanto daño hace y descenso hasta la meta de Pirenarium, que cruzo tras 5h47'.

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