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25 febrero 2019

Carrera del Ebro. Un domingo cualquiera


Tres años después de mi última participación en la Carrera del Ebro, el domingo me puse en la salida del Centro Aragonés del Deporte. Una participación decidida a última hora, tan tarde como el jueves, que no estaba prevista y, por tanto, tampoco preparada. Y tres años que me han servido para ver la prueba desde otra perspectiva y comprobar que se ha convertido en la gran fiesta del trail popular en Zaragoza, con números propios de prueba grande.

30 kilómetros y unos 500 metros de desnivel son unos números bastante amables para un trail, aunque como todo en la vida, depende de las expectativas que uno se haga y de cómo te tomes la carrera. En mi caso, después de más de seis meses sin un dorsal en condiciones, me apetecía competir y probarme, simplemente, después de un final de 2018 bastante complicado en cuanto a entrenamientos y motivación lo que, parece que de momento, se ha encauzado este año.


Así que con un día espléndido, a las nueve de la mañana se daba la salida de la 13ª Carrera del Ebro. Y ya sabemos lo que esto, ritmos muy rápidos que enseguida estiran la hilera de participantes hasta que se entre en el campo de maniobras, donde los toboganes van haciendo la selección natural. Un primer tercio de carrera en el que he ido bastante bien, corriendo fácil y cómodo, sensaciones que han continuado en la parte central, que no conocía de mi última participación y que en mi opinión mejoran mucho la Carrera del Ebro.

Todo ha ido bien hasta más o menos el kilómetro 25, cuando la falta de volumen se ha empezado a notar y ha hecho que en el tramo final junto al Ebro, donde si uno tiene fuerzas se puede correr mucho, se haya hecho interminable, marcando los tres último kilómetros a 6'... :(.

En cualquier caso, 2h38' que con las expectativas que tenía antes de comenzar me saben muy ricas.



Thks:
Salomon España
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Carrera del Ebro



Track en Strava:

 




12 febrero 2019

Benoit Laval, adiós a la edad de la inocencia en el trail


La noticia de la salida de Benoit Laval de Raidlight, que se hará efectiva totalmente durante el mes de febrero, ha sorprendido. Más a los extraños que a los propios, porque en Chartreuse algo se intuía. En cualquier caso, que alguien que es el fundador de una empresa salga de ella no deja de ser sorprendente, quizás más todavía cuando este año se cumple el veinte aniversario de la marca.

Corría el año 1999 cuando, con solamente diez referencias en su catálogo, nacía Raidlight. Una marca que se convertía en la correa de transmisión de la experiencia de Benoit Laval, por otro lado un corredor con extraordinarios resultados, hasta el mercado. Una marca que, en poco tiempo, se convirtió en referencia de producto bien hecho aunque quizás pecaba de estar demasiado enfocado a un tipo de carrera, como eran las desérticas. Una marca que, además, resultaba simpática. Una suerte de aldea gala en lucha contra las grandes corporaciones. 



Pero todo evoluciona y en 2016 Raidlight (que ya incluye Vertical) pasa ser propiedad del grupo Rossignol, con todo lo bueno que significa formar parte de un gigante del outdoor mundial... pero con todo lo malo que eso significa. La figura de Benoit se diluye en la toma de decisiones, que no en la marca que sigue manteniendo sus señas de indentidad, pero las diferencias con el modelo de negocio desembocan en su salida de Raidlight, la marca que el creó.

La salida de Benoit Laval de Raidlight, a mi modo de ver, va más allá del fin de una relación meramente profesional y también más lejos de un divorcio a dos. Se trata del final de una época, de la evolución de un deporte, el nuestro, que deja atrás cualquier atisbo de romanticismo para crecer y convertirse en un negocio en el más amplio sentido de la palabra, donde priman los beneficios. 

Crecemos y nos hacemos mayores, para lo bueno y para lo malo. Algún día seremos olímpicos, también para lo bueno y para lo malo. Cada año entra más dinero, lo que es muy positivo pero también tiene su parte oscura. 

Evolucionamos, sin duda, pero a costa de perder eso de lo que siempre se ha hecho gala, ese "espíritu de la montaña" que permanecía en el trail y del que, cada día, queda menos. Adiós a la edad de la inocencia.





06 febrero 2019

San Quintín, maratón entre rejas.


Cercana a San Francisco, la de San Quintín es una de las prisiones más antiguas de California (EEUU), recreada hasta la saciedad en películas y series de televisión. Está catalogada dentro de las de máxima seguridad, por lo que su población reclusa cumple delitos muy graves, incluso condenados a muerte.

Si para cualquier persona del mundo, por mucho que a nosotros nos parezca lo más normal, correr un maratón es algo casi inalcanzable (solamente el 1% de la población mundial ha completado los 42,195 kilómetros), para alguien que se encuentra entre rejas de por vida probablemente ni siquiera sea una opción. Y sin embargo, hay quien entrena, y corre maratones, en la cárcel.

El Club de las Mil Millas de San Quintín es un grupo de corredores que entrena bajo la dirección de entrenadores voluntarios con el fin de completar uno de los maratones más singulares del mundo: completar 105 vueltas siguiendo un camino que recorre el patio interior de la prisión. Pero ¿por qué lo hacen? Unos por hacer más llevaderas las horas sin libertad, otros por cumplir un reto y unos pocos como una forma de mostrar arrepentimiento por sus delitos.


3h16' es el mejor tiempo de este maratón, cuyo recorrido puede ser interrumpido en cualquiero momento por una alarma (que obliga a los corredores a quedarse de rodillas inmediatamente) y que, por ejemplo en un entrenamiento, se produjo por un apuñalamiento en el patio de un recluso a otro.


Los entrenamientos suelen comenzar en abril y, hasta la celebración dle maratón en noviembre, se complementan con otras pruebas de menor distancia. Siempre dentro del perímetro de la cárcel y siempre dando vueltas al mismo recorrido. Y aunque esa fecha de noviembre ya es casi una tradición, no siempre puede celebrarse, como ha sido el caso de 2018, primero retrasado por los incendios forestales de California y más adelante debido a la muerte por sobredosis de dos reclusos y la suspensión de todas las actividades de voluntariado.


Dylan Bowman, que hasta el año pasado vivía en San Francisco, es uno de los voluntarios del Club de las Mil Millas y en la web www.sanquentinmarathon.com se puede acceder a más información sobre el proyecto y al documental "26,2 a Life", donde se relata la historia.